jueves, 10 de junio de 2010

Lo difícil de decir adiós a los buenos amigos

Ayer tuve que decirle adiós a una de las mejores amigas que he tenido en la vida. Nunca me imaginé poder recibir tanto cariño de una perrita (de mi Lalita), que siempre me recibió con alegría cada vez que entraba a mi casa. Sin importar cuántas veces lo hacía, ella me recibía con el mismo agrado y yo tenía que dejar a un lado lo que tuviera en mis manos para acariciarla.
Con un dolor inmenso, porque de verdad era mi amiga, la que se acercaba a acompañarme cuando estaba enferma y la que me acercaba su bolita para que jugara con ella, luego de ocho años tuve que decirle adiós. Yo estuve junto a ella cuando falleció.
Aunque parezca mentira o cursilería para algunos, para mí ella fue un ejemplo que debemos emular muchas personas: siempre me contagió con su alegría, me dio su cariño sin condiciones, cuidó de cada uno de los miembros de mi familia sigilosamente y luchó con todas sus fuerzas por su vida hasta el final.
Cada momento que recuerdo con ella es un momento feliz. Solamente le faltaba hablar, pero lo hacía a su manera: con sus gestos, sus juegos, su cariño, ella estuvo conmigo en las buenas y en las malas.
Por eso ha sido tan difícil decirle adiós, porque además de haberse convertido en un miembro más de mi familia ella era una muy buena amiga. Y aunque su ausencia es muy reciente, sé que voy a extrañarla por el resto de mi vida, porque dejó una huella imborrable.
Ojalá que nosotros dejemos también una huella positiva imborrable en la vida de otros, que nuestros amigos puedan contar con nosotros incondicionalmente y que los llenemos de bendiciones, como yo tuve la bendición de tener en mi vida a esta queridísima amiga.

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